EL PROBLEMA DE LA UNIDAD EN UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA (Análisis de la estrategia del Partido Comunista Uruguayo a la luz de los resultados)


-  SEXTA PARTE -

SEGUNDA CARTA A LOS SOCIALISTAS
 
En la segunda carta a los compañeros socialistas (año 1956), el PCU decía:
“Cuando tantas ilusiones quiebran en las masas por la conducta de las clases dominantes, la actuación concertada de comunistas y socialistas aglutinará a todos los sectores patrióticos con la vista puesta en las transformaciones democráticas, antiimperialistas y antifeudales, que las relaciones económico-sociales del país reclaman”.

Sin embargo, vemos –lamentablemente- en lo que se han quedado las “transformaciones antiimperialistas” y antifeudales, cuando hemos tenido que asistir a un presidente de nuestro gobierno (casualmente perteneciente al Partido Socialista en ese momento), que firmó un Tratado de Protección de Inversiones con ese imperialismo; que buscó por todos los medios firmar un TLC, que envió tropas a Haití a hacerle el trabajo sucio al imperialismo, y que puso la frutilla de la torta arrodillándose ante el imperio para pedir al mayor genocida de la historia de los EEUU que asustara a nuestros hermanos argentinos. Pero que además vuelve ahora a ser promovido fervientemente como candidato para las próximas elecciones, hasta por el propio Partido Comunista.

No quiero abundar en estas cuestiones, que se repiten a lo largo de la historia del PCU, y que tienen que ver con su concepción de una lucha frontal contra los problemas centrales de nuestro país: el imperialismo, el latifundio y el gran capital. Pero es bueno por ejemplo citar a Arismendi en el Informe al XVII Congreso:

“La persistencia de la opresión nacional y de tareas económico-sociales de la revolución democrático-burguesa en el aspecto agrario, definen el doble carácter de la revolución y de las fuerzas que se le alinean. b) Partiendo de estos datos objetivos, concentra el fuego contra el imperialismo norteamericano, principal opresor del país y de América Latina y organizador de la guerra y la reacción en escala internacional, y contra los grandes terratenientes y grandes capitalistas antinacionales. Los objetivos de la revolución consisten primero, en la liberación económica total del país de la dominación imperialista; se asegura así una base sólida para una política consecuente de paz e independencia. De este modo, liquida a la vez, toda forma de subyugamiento a los monopolios imperialistas, particularmente norteamericanos y el conjunto de pactos y medidas políticas y militares que comprometen la República a la política bélica norteamericana. Los objetivos antiimperialistas (nacionales), de la revolución se entrelazan con sus objetivos agrarios y antifeudales (democráticos): efectuar una reforma agraria radical que concluya con la propiedad latifundista de la tierra y los resabios semifeudales. Ello impulsará el amplio desarrollo de las fuerzas productivas, el desenvolvimiento de la industria, la ganadería y la agricultura, y cambiará las condiciones de atraso social, miseria y sufrimiento que afecta a las grandes masas de la población”.

Más de 50 años después, y además de lo ya dicho respecto del imperialismo, del gran capital y el latifundio, el gobierno que integramos tiene en manos un proyecto (aún no descartado) de acuerdo de defensa con el imperialismo yanqui, lo que deja por el camino además el objetivo de liquidar el conjunto de pactos y medidas políticas y militares que comprometen la República a la política bélica norteamericana.

UNA CONTRAREFORMA AGRARIA
Medio siglo después, ahora codo con codo, no solamente con los socialistas, sino con aquellos que empuñaron las armas al grito de “Por la tierra y con Sendic”, el problema de la tierra se ha profundizado con nuestros gobiernos.

En la última década hemos asistido a una profunda transformación de la estructura agraria de la mano de la expansión e intensificación de las relaciones capitalistas en el campo, con el protagonismo de empresas regionales y transnacionales financiadas por el capital financiero. Estamos asistiendo a la consolidación del agronegocio en rubros como la soja, el trigo, la forestación, la ganadería y el arroz, todos rubros orientados a la exportación.

En el caso de la forestación, hemos llegado a un escenario en el cual tres empresas extranjeras controlan 650.000 hectáreas, cerca del 70% de la superficie forestada en el país. Estas mismas empresas también controlan la fase industrial y de comercialización: UPM (ex-Botnia) y Montes del Plata montaron, gracias a la concesión estatal de zonas francas libres de impuestos, mega-industrias de producción de pulpa de celulosa.

En el caso de la agricultura (soja y trigo fundamentalmente) 8 empresas, 7 extranjeras y una nacional, controlan 600.000 hectáreas, 50% del área sembrada. Las principales transnacionales agrícolas están presentes en Uruguay, en particular controlando la venta de insumos (Monsanto, Nidera, BASF) y el acopio y comercialización de los granos (Cargill, ADM, Bunge). Recientemente se conoció que estamos en el 10º lugar en el mundo en cuanto a superficie destinada a la producción de transgénicos.

La ofensiva del capital transnacional en el sector agropecuario provocó un intenso dinamismo en el mercado de tierras. América del Sur es una de las zonas del planeta más codiciadas por los compradores de tierra, lo que agudiza la concentración de la tierra en la zona del mundo donde este recurso está peor distribuido.

Las cifras del Censo General Agropecuario no hacen más que confirmar el proceso: entre 2000 y 2011 los uruguayos pasaron de controlar del 90,4% al 53,9% de la superficie productiva nacional, mientras que las personas jurídicas (sociedades anónimas en su mayoría) pasaron de controlar 1% a un 43,1% del territorio, apropiándose de casi 7 millones de hectáreas en sólo 11 años; mientras tanto la concentración de la tierra aumentó siendo que el 70% de los productores más chicos controlan sólo el 10% de la superficie, al tiempo que el 10% más grande acapara el 61% de la superficie nacional.

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