COMO SIEMPRE, EN LA LUCHA


Este año, nuestro Partido cumple su 90 aniversario (lo celebramos mañana en el Palacio Peñarol) y también se cumplirán 55 años de aquel XVI Congreso que elaborara una teoría de la revolución uruguaya y que fuera guía para la acción de los comunistas hasta hoy. Son noventa años de lucha por la defensa de los derechos de la clase obrera y el pueblo uruguayo. Y son 55 años de lucha por la unidad de la clase obrera, por la unidad de la izquierda, conformando la fuerza de los cambios. Por eso se romperán los dientes aquellos que hacen lo imposible por romper esa unidad, sobre la base de un constante ataque a nuestro Partido, porque nuestro Partido nació para la revolución, para llevar a cabo cambios en serio, y para ello tiene una teoría, una estrategia de acumulación y de trabajo unitario en todos los ámbitos, en el social, en el sindical y en el político. Nuestra teoría y nuestra práctica han demostrado sus aciertos y también sus errores (que nunca negamos). La unidad de la clase obrera en una central única (ejemplo en el mundo) no es un fruto exclusivo del trabajo de nuestro Partido, pero seguramente nadie podrá negar el esfuerzo denodado de los comunistas para llegar a eso. Y lo mismo en el plano político, en la construcción difícil y trabajosa de la unidad de la izquierda hasta la conformación del Frente Amplio y en la lucha para llegar al gobierno con nuestra fuerza política para desde allí dar nuevas batallas por cambios profundos en beneficio de los más humildes.
NO FUE FACIL NI LO SERÁ
Los 90 años nos encuentran en otras luchas, que sin embargo forman parte del mismo proyecto, del mismo destino que intentamos ayudar a construir. Y si lo hecho hasta ahora no fue fácil (tuvo costos enormes para el pueblo uruguayo en su conjunto y para los comunistas en particular), el presente tampoco es un lecho de rosas sobre el que acostarse a descansar. Las tareas son otras, pero exigen un trabajo organizado y una elaboración constante de propuestas. Porque hay que gobernar -y hacerlo de la mejor forma- y hay que ayudar a llevar a cabo lo que como Frente Amplio prometimos, que es la forma de que el pueblo nos respete, gobierne con nosotros y nos lleve a un nuevo período que nos permita seguir profundizando y a avanzando en democracia.
Pero si bien todos comprendemos que no es fácil ni lo será nunca, porque como bien ha dicho el compañero Gonzalo Perera “la izquierda jamás se propuso nada fácil, sino el desafío más terriblemente difícil en la historia de la humanidad: una sociedad libre y justa”, deberíamos ver el costado bueno de la situación. Si uno se hiciera la pregunta acerca de qué es lo que se necesita para llevar a cabo ese terrible desafío al que se refiere Gonzalo, seguramente diría: una fuerza política y social amplia y fuerte, un programa de cambios, un pueblo dispuesto a acompañar y a participar en esos cambios, una clase obrera organizada e independiente, y como paso fundamental lograr el gobierno, para poder plantearse en determinado momento acceder al poder real. Seguramente esto es una gran simplificación, porque sabemos que no estamos teniendo en cuenta factores importantísimos como la lucha de clases, y la inserción internacional, con la incidencia del imperialismo etc. Pero téngase en cuenta también que no estamos hablando del socialismo (se ha transformado en una muletilla a mano de todos quienes pretenden criticar nuestras posiciones, acusarnos de querer implantar ya el socialismo), sino de cambios en sentido progresista, como los que están en el programa del Frente Amplio, ni más ni menos.
LO QUE FALTA
Tenemos entonces los instrumentos necesarios para llevar adelante cambios en profundidad. Hemos superado lo peor de la crisis, el país ha crecido y sigue creciendo a ritmos espectaculares, en un entorno regional favorable, con precios de nuestros productos a niveles extraordinarios. Tenemos un programa de cambios consistente, que además cuenta con el apoyo del movimiento organizado de los trabajadores. No tenemos excusas para profundizar en lo que hay que profundizar. El programa del FA para los próximos cinco años tiene metas más ambiciosas, porque establece que nuestro gobierno “profundizará todas las reformas implementadas, abordará los objetivos que quedaron inconclusos y generará las bases para un desarrollo sostenido”.
Uno de esos objetivos que quedaron inconclusos, es el de la distribución de la riqueza. Y para cumplir con ese objetivo, es clave y condición sine qua non una intervención activa del Estado, salvo que se piense que será el “mercado” el encargado de llevar a cabo esa redistribución. El programa del FA lo expresa claramente: “Una estrategia de desarrollo implica un rol activo del Estado. El abstencionismo de los gobiernos pasados no logró más que sumirnos en una crisis tras otra, en que el aparato productivo no se especializara, que la inversión no creciera, que el desempleo se elevara a las nubes, que la pobreza y la marginalidad crecieran. El primer gobierno del Frente Amplio demostró que esa tendencia puede cambiarse y en el segundo gobierno profundizará los cambios”. Y ni que hablar que para cumplir con ese objetivo prioritario de distribuir mejor la riqueza, el papel del Estado es central. El programa del FA lo expone de esta manera: “Una mejora en la distribución del ingreso requiere de la regulación del Estado para mejorar los niveles de empleo productivo y para enfrentar la concentración de la propiedad de los medios de producción, de una mejor distribución de los aumentos de la productividad para los trabajadores, de un adecuado gasto social para atender los problemas de nutrición, salud, educación, vivienda y seguridad social”.
De manera que no se comprende mucho las expresiones de nuestro presidente, el compañero Pepe Mujica, en la revista Veja del Brasil. Allí Mujica discrepó con desarrollar una visión "estatizadora de la economía", pues a su entender, "se trata de una receta perfecta para desarrollar una burocracia opresora". Consideró además que la forma correcta de actuar como gobierno sería la del "equilibrio fiscal, mantener una economía austera y no jugar con la inflación", manifestando que "son factores que ya no pueden estar en discusión ni por la izquierda ni por la derecha o el centro."
Tampoco se entienden algunas expresiones como las del compañero Astori, que comparte la inquietud de la oposición sobre la carga tributaria en la producción nacional y que es un objetivo del gobierno su disminución. En cuanto al IRPF, dijo que “no se descarta elevar el monto mínimo, si bien no es una meta del gobierno, si la situación fiscal lo permite…” Y no se entiende demasiado porque eso va en el sentido contrario de una redistribución de la riqueza y en el sentido contrario de lo que dice el Programa del FA. En nuestro programa afirmamos que “Se impulsarán políticas específicas para seguir revirtiendo el proceso de concentración de la riqueza en términos de ingresos y recursos productivos”. Y la pregunta que se nos ocurre es como vamos a revertir ese proceso, si reducimos los impuestos que pagan los que están en la cima de la escala social (que ya fueron enormemente beneficiados por nuestro gobierno anterior, al punto de que aumentó la brecha entre ricos y pobres, y el decil más rico tiene 17 veces más ingresos que el decil más pobre) y no lo hacemos con los que ganan menos.
Compartimos sí las expresiones del compañero Mujica (en la misma revista Veja) en cuanto a que "el crecimiento económico es una condición sine qua non para la distribución de la riqueza" y su advertencia inmediata: "el problema es que ese crecimiento no siempre lleva a la reducción de la pobreza o de la desigualdad de renta", que deben ser las metas principales de "un buen gobierno".
El problema es que con algunos planteos, la distribución de la riqueza llegará cuando muchos ya se hayan cansado de esperarla. Una imagen utilizada por Gonzalo Perera es muy gráfica: “Una pregunta interesante, es ver por que va tan mal la socialdemocracia europea. Y la respuesta quizás sea: el ritmo al que crece la acumulación de capital de los multimillonarios es el de una Ferrari y el del crecimiento de la redistribución gradualista es el de una bicicleta pinchada”.

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