LOS LÍDERES Y LOS PARTIDOS


El nuevo presidente del PT, Eduardo José Dutra (ex senador y ex presidente de Petrobrás) fue elegido por el voto directo de unos 500 mil afiliados. No es poca cosa, pero hay que recordar que en 1989, cuando Lula disputó por primera vez la presidencia del Brasil, el PT tenía unos 800 mil afiliados, sobre una población de 150 millones (hoy son más de 190 millones) En comparación, el Partido Socialista Unido de Venezuela, cuenta hoy con más de siete millones de afiliados (Venezuela tiene unos 28 millones de habitantes), y un casco permanente de alrededor de un millón y medio de militantes. El PT ya no es el partido de mayor importancia del continente. Como dice Luis Bilbao “Dos períodos de gobierno petista en Brasil significaron un salto adelante en la historia de los de abajo. Sus logros sólo pueden ser desconocidos por ideólogos de la reacción. No obstante, al cabo de ocho años, aparte de no haber resuelto innumerables problemas básicos, el PT no fortaleció la estructura partidaria, no desarrolló un proceso de organización de masas con ejercicio concreto del poder, no ganó más espacio social en capas explotadas y oprimidas y, en consecuencia, no cuenta seguro siquiera el voto de la masa beneficiada por su gobierno” (1)
Los logros no son pocos: 20 millones de personas salieron de la pobreza; 350 mil familias campesinas fueron asentadas; 215 mil jóvenes están cursando en escuelas técnicas que pasaron de 140 a 354 luego de invertir en ello 1.1000 millones de reales; los programas sociales recibieron una inversión de 33 mil millones de reales, 189% más que en el período anterior; se crearon 11 millones de empleos; la inflación cayó al 4,5%, mientras que el PBI creció un promedio del 3,1% anual; las reservas de moneda internacional pasaron de 37.800 a 236 mil millones de dólares.
Pero como contracara, entre otras cosas, luego de 30 años de vida del PT, ya no se percibe en su seno la abrumadora presencia obrera, sindical y juvenil de sus comienzos. Hoy en día, casi todas las empresas consultoras señalan algo que resulta impactante para todo el mundo: más del 80% de la población brasileña respalda a Lula. Algunos señalan que hasta ahora, en el mundo Brasil era sinónimo de Pelé; ahora el símbolo nacional es Lula. Pero la misma opinión pública (sin distinción de clases) que pone por el cielo la figura de Lula, denuesta al PT, lo cual constituye una carga demasiado peligrosa y pesada en la próxima campaña electoral. De hecho, la candidata del PT, Dilma Rouseff (una ex militante del socialdemócrata PDT de Leonel Brizola) cuenta con el 25% de aceptación, según las encuestas, 10 puntos por debajo de José Serra, el candidato del PSDB. No estamos diciendo que las elecciones estén perdidas.
OTRAS EXPERIENCIAS PREOCUPANTES
No deja de ser significativo que el primer gobierno progresista latinoamericano en caer haya sido el de Bachelet, precisamente el que aparecía más a la derecha en el continente. “Victoria histórica de la derecha", "punto de inflexión en la democracia chilena", expresiones como estas han servido para resumir el balance de las últimas elecciones en Chile, que han dado la presidencia del país a Sebastián Piñera –una especie de Berlusconi a la chilena, uno de los capitalistas más ricos de Chile, propietario de medios de comunicación y representante de la ultraderecha pinochetista.
El apoyo del pueblo chileno a la Concertación en sus inicios era lógico: era vista como un primer paso frente a la dictadura. Ya vendrían después mejoras en las condiciones de vida, los derechos democráticos y el castigo a los responsables de la represión bajo Pinochet. Si bien es cierto que la economía chilena ha crecido y ha habido mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores y las masas en general en Chile, no es menos cierto que las expectativas de cambio a la caída de la dictadura poco tenían que ver con los resultados que finalmente ha habido. De hecho, períodos como el gobierno de Frei se recuerdan sobre todo por la ola de privatizaciones. La elección de Bachelet en 2006 volvió a generar expectativas, pero al poco tiempo se enfrentó al movimiento de los estudiantes de secundaria, y a diferentes luchas obreras, la última de ellas en plena campaña electoral. Como dice Constanza Morerira (2), “el modelo "chileno" era usado, por los organismos internacionales, como una suerte de sermón admonitorio contra todas aquellas izquierdas que quisieran practicar heterodoxia y soluciones "antisistémicas". El caso chileno aparecía como un éxito, por su moderación ideológica, su apertura unilateral al mundo, y su "liberalismo". Buena parte de la izquierda odiaba ese modelo (aunque otra parte, sólo quería parecerse a él)”.
Michelle Bachelet entregó el mando a Sebastián Piñera con una popularidad de 84%. Ni siquiera el trágico terremoto que asoló a los trasandinos pudo disminuir la imagen de la mandataria. Pero luego de 20 años de gobierno progresista, la inmensa mayoría de los chilenos (46%) no simpatiza con ningún partido: un 26% simpatizaba con la Concertación, un 18% con la Alianza, y un 7% con la izquierda extraparlamentaria. Uno de cada cuatro chilenos no se identifica ideológicamente (38%): es decir, no sabe si es de derecha, centro o izquierda. Pero eso no es lo más grave. Las cifras de participación dicen mucho más. Chile es una democracia peculiar: si no te registras en el censo, no votas. De algo más de doce millones de potenciales votantes, sólo se inscribieron 7.145.485; menos que los inscritos para el plebiscito de 1988 (7.251.930). El censo lleva estancado veinte años. Si miramos a la juventud: ¡sólo un 19% de jóvenes hasta los 34 años se registró para votar!
¿Y POR CASA?
Al finalizar el mandato del compañero Tabaré Vázquez, su popularidad ascendió al 80%, la mayor con la que culmina su gestión un gobernante uruguayo desde que existen estudios estadísticos, según un informe de la empresa Fáctum y que difundiera el diario La República. El mayor respaldo proviene de las personas de edades entre 18 y 32 años, con un 85%. Por detrás aparecen las personas de más de 56 años (76%) y las que tienen entre 33 y 55 (70 %). Entre los votantes del Frente Amplio, la aprobación es del 96%, mientras que entre los seguidores de los partidos tradicionales (Colorado y Nacional), la popularidad llega al 63% y la desaprobación solamente al 19%.
Los logros de nuestro gobierno sería un despropósito señalarlos acá, ya que han sido ampliamente difundidos en las recientes campañas electorales, y sin embargo, a pesar de esos avances y de la popularidad del presidente, el Frente Amplio no pudo obtener el triunfo en primera vuelta, y descendió su votación con respecto al 2005.
El tema que habrá que discutir, una vez pasadas las elecciones departamentales y municipales, es lo que ya señalara María Luisa Battegazzore: “Lo que aquí interesa es que el peso del elemento personal aumenta en razón directa a la devaluación de lo colectivo y de lo programático. Quién lo hará importa más en la medida que se percibe menos claro, definido y firme el qué se hará.”(3). Importa y mucho, entonces, discutir acerca del FA que necesitamos, con la mirada en lo alto, con miras a fortalecer la estructura partidaria, y no en base a intereses coyunturales. Sobre todo porque como también dice Constanza: “…habremos de advertir que el derrotero de la izquierda chilena, a diferencia de otros (del boliviano, por ejemplo), es uno de los derroteros posibles de las izquierdas: sin ir más lejos de la nuestra, o de la brasileña. Es la izquierda administrando responsablemente el capitalismo: sin intentar "socialismos del siglo XXI"

(1) Dudas y certezas después de ocho años de gobierno de Lula – Revista “América XXI” Nº 50 – marzo 2010
(2) Chile: anatomía de una frustración – La república 25 de enero 2010
(3) La victoria electoral – quehacer.com.uy

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