DE LOBOS ANOREXICOS Y CORDEROS IMPERTINENTES

A ciertos personajes públicos, en particular a los periodistas televisivos, uno se acostumbra a verlos en su papel de conductores de programas, y cuesta darse cuenta de cuales pueden llegar a ser sus opiniones sobre los temas concretos, aunque ciertos aspectos de sus actitudes con los entrevistados u otros, nos puedan aportar pistas. Es lo que en particular me ha pasado con Gerardo Sotelo, periodista de Canal 10, conductor de diversos programas periodísticos y de entretenimientos, así como informativista. Me he encontrado de golpe y porrazo con su columna en Montevideo.com, y en particular con la del 29 de marzo, en la que escribe sobre el Tratado de Libre Comercio con EEUU, y en donde aparece, allí si, Gerardo Sotelo en cuerpo y alma.
Ya en el acápite de la nota, Sotelo se descuelga con la siguiente frase: “Muchos ven al tratado como una avanzada del imperialismo sobre los países pobres y pequeños y asustan a las criaturas sensibles con el cuento del lobo y el cordero”; para agregar casi enseguida que: “acá estamos ante un lobo particularmente anoréxico y un conjunto de corderos bastante impertinentes”. ¡!Pavada de afirmación!! Estados Unidos (que es lo mismo que decir el imperialismo) es un lobo anoréxico, y los pueblos que todo a lo largo de América Latina y el Caribe se expresan en contra de los TLC seríamos un conjunto de corderos impertinentes.
Pero casi enseguida agrega unas perlas de un tono racista y de la más rancia derecha reaccionaria, cuando dice que: “Para la economía de Estados Unidos, un tratado de libre comercio con Uruguay puede arrojar un número muy parecido a cero. Lo mismo podría decirse de Ecuador (sacudido por grupos de indígenas nacionalistas, que no producen nada que pueda interesar a un consumidor estadounidense pero que igual se oponen) o de Perú, donde Ollanta Humala trepa en las encuestas con los dólares que Chávez sustrae a su pueblo (más pobre hoy que cuando él llegó al poder, según datos oficiales) y un discurso nacionalista del siglo pasado”.
Y cuando uno aún no logra salir de su asombro, Sotelo le lanza una teoría de su propia cosecha, y que seguramente hará historia y se estudiará en el futuro en las Universidades del mundo: “el problema de los países pobres no es la explotación capitalista sino, precisamente, la falta de interés que los países capitalistas demuestran en explotarnos. Los 25 millones de africanos que mueren cada año por falta de agua potable, tienen ese triste destino no porque las multinacionales actúen con rapacidad sino porque no actúan en absoluto”(sic).
Y por cierto -faltaba mas- termina con la consabida cantinela de que debemos seguir el ejemplo chileno y dejarnos de bobear con el MERCOSUR: “En lugar de acercarnos al mercado más rico del mundo con madurez y confianza, como hizo Chile, priorizamos el comercio con unos vecinos pobres de solemnidad, cuando no francamente impresentables. Actuamos como un cordero atado por decisión propia con la soga de sus complejos, prejuicios y arcaísmos”.
No voy a menospreciar a los lectores de Carta describiendo lo que es EEUU, o lo que es lo mismo el imperialismo, eso que Gerardo Sotelo describe como un “lobo anoréxico”. Solamente diré que Estados Unidos dispone de un poder coercitivo mundial y único; un monopolio que trata de conservar a cualquier precio; reclama y ejerce la prerrogativa, que deniega a las demás naciones-estado, de derribar a otros gobiernos y ocupar otros países; valiéndose del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y de la Organización Mundial del Comercio, determina el destino económico de la mayoría de la gente del planeta; la realidad es que el destino de miles de millones de personas que viven fuera de las fronteras de Estados Unidos depende de las decisiones tomadas en Washington.
Sin embargo, nos dice Gerardo Sotelo, no es un Imperio, sino un lobo anoréxico. La verdad es que Estados Unidos prefiere el dominio indirecto al directo (como forma de ocultamiento), de forma que su dominación, en la mayoría de los casos, se lleva a cabo a través de alianzas militares y comerciales en lugar de recurrir a las conquistas abiertas. Pero los imperios del pasado también utilizaban esos métodos, así que lo que constituye la singularidad estadounidense es su persistencia en negar su imperialismo. Poco después de la invasión de Irak, Donald Rumsfeld insistía en Aljazira: “No somos una potencia colonial; nunca lo hemos sido”. Lo mismo aseguraba Colin Powell: “Nunca hemos sido imperialistas. Tratamos de instaurar un mundo en el que la libertad, la prosperidad y la paz lleguen a constituir el legado de todo los pueblos”. Ambos parecían sorprendidos y ofendidos ante la idea de que nadie pudiera pensar de otra manera. Por suerte para ellos, Gerardo Sotelo los comprende y, más aún, se identifica con su pensamiento
Por cierto que Sotelo tiene razón en cuanto a que a los EEUU no les interesa comprar lo que Ecuador produce, ni lo que produce Perú, ni en general lo que producimos los países del sur, a no ser que el producto sea petróleo. El Tratado de Libre Comercio, de ninguna manera tiene ese objetivo, por el contrario, lo que garantiza es una avalancha de productos provenientes de Estados Unidos que devastará lo que queda en pié de la producción nacional o regional. El TLC no es un tratado comercial como pretenden hacernos creer, sino que es una carta de garantía para la libre circulación y protección de capitales e inversiones de las corporaciones norteamericanas. Recordemos que sin la necesidad de este tratado, ya el comercio se realizaba entre nuestros países y EEUU. La razón del TLC es la seguridad y protección para las inversiones norteamericanas. Lo que Estados Unidos pretende es apropiarse de los bienes y servicios que poseen nuestros paises, recursos naturales y propiedades estatales, telecomunicaciones, petróleos y minería, propiedad intelectual y conocimientos ancestrales, biodiversidad, agua, salud, educación, seguridad social; eliminar la soberanía del Estado, haciendo que los juicios de demandas de las trasnacionales norteamericanas se tramiten en cortes internacionales; obtener la total apertura de los mercados, es decir no pagar impuestos de sus bienes y capitales, y a cambio les darán aperturas comerciales reguladas a determinados artículos de los sectores primarios de nuestras economías. Por ello la embajadora norteamericana Kenney reconoce que 'el TLC que negocian Colombia, Ecuador y el Perú con los EEUU es para dejar las reglas de juego claras y dar seguridades a la inversión extranjera. Porque claro está que no puede haber un comercio libre con las asimetrías de ambos países. Las desventajas para la firma del Tratado de Libre Comercio son justamente las diferencias competitivas que existen entre Estados Unidos y Ecuador. Según el Foro Económico Mundial la nación del norte es una de las más competitivas del mundo, al Ecuador le ubican en el puesto 86 de una lista de 102 países, la capacidad productiva de ambos países no tiene parámetros de comparación, la producción norteamericana equivale al 22% de la producción mundial, es decir, 375 veces mayor a la ecuatoriana. Y esto lo saben bien los indios ecuatorianos, pero lo desconoce Gerardo Sotelo.
En cuanto a Perú, Sotelo seguramente estará de acuerdo con Alejandro Toledo, para quien el acuerdo alcanzado durante tres días de discusiones en Washington ha sido "histórico", uno de "los acontecimientos más importantes de mi gobierno y los logros los cosechará el próximo presidente." No es lo que piensan, sin embargo, casi todos los movimientos sociales y los partidos de oposición que participaron en las recientes elecciones (tal vez todos hayan recibido dinero de Chavez), quienes han criticado fuertemente el pacto. Luis Zúñiga, presidente de la Convención del Agro declaró que resulta "lamentable entregar el mercado peruano al norteamericano mediante el cual ha condenado a la quiebra segura al 97 % del sector agrario nacional". Este gremio, al igual que el Partido Aprista, el Democrático Social y el Comunista, catalogaron de "traición" el convenio pues aseguran que el equipo negociador no actuó con la fortaleza necesaria para defender los intereses del país. Entre otras cosas, el pacto alcanzado por Toledo eliminará, cuando entre en vigor, los aranceles de dos tercios de las exportaciones de Estados Unidos a Perú y progresivamente lo hará con los aranceles al comercio de alimentos, pese a que Estados Unidos continuará otorgando millonarios subsidios a sus productores agropecuarios. Como es lógico, esas medidas pondrán contra la pared a toda la agricultura peruana que se dedica a monocultivos manuales, sin recursos financieros para comprar fertilizantes o implementos agrícolas que le permitan competir con los super industrializados productores estadounidenses. Claro que los negociadores peruanos lograron algunas “prerrogativas” por parte del gigante, como dejar fuera la exportación de ropa usada que Estados Unidos quería venderle o que la apertura total a las partes de pollo y arroz se materialice 18 años después de la entrada en vigor del pacto. Washington impuso que Lima accediera a proteger durante cinco años los datos de prueba de los fármacos, lo cual impide la venta durante ese período de medicamentos genéricos, que son mucho más baratos. Esto, como es lógico, va en detrimento de la mayoritaria población empobrecida que según datos de organizaciones internacionales alcanza a cerca de 14 millones de personas. Además, Perú removerá las barreras comerciales de los servicios y proveerá un marco legal y seguro para los inversores estadounidenses en el país, con lo cual las compañías multinacionales podrán tener acceso a controlar renglones fundamentales como la electricidad, agua, educación y otros.
Para rechazar estas indignidades, no se necesita el dinero de Chavez ni de ningún otro, sino, justamente, dignidad. Cosa que los pueblos latinoamericanos están comenzando a demostrar con pasos de gigante, pese a los Gerardo Sotelo que no quieren verlo y no lo verán jamás.
En cuanto a la acusación de que Chavez sustrae dinero a su pueblo para hacer crecer a Ollanta Humala en las encuestas, casi ni merecería detenerse en ella por su estupidez y bajeza, pero veamos algunas estimaciones que se han realizado para Venezuela por académicos u organismos internacionales. El último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) se refirió a la situación de la pobreza en Venezuela, señalando que ese país no sólo no empeoró su índice de desarrollo humano sino que incluso mejoró un puesto en la clasificación por países. Es verdad que eso puede ser consecuencia de que otros países vayan aún peor, pero lo cierto es que, en términos relativos y según este programa de las Naciones Unidas, Venezuela no ha empeorado. El informe de las Naciones Unidas dice expresamente que el índice de pobreza tampoco ha empeorado sino que, aunque mínimamente, incluso ha bajado.Se trata de un dato relevante porque, en el periodo analizado por el PNUD, Venezuela vivió un sabotaje económico por parte de la oligarquía como seguramente no haya padecido nunca en la historia otra nación. El sabotaje dio lugar a una caída del 5% en el PBI per capita y es significativo, sin embargo, que esa caída no se manifestara en una pérdida de posiciones de Venezuela en el ranking mundial del PNUD.Tampoco se ha agravado ni el porcentaje de personas que viven con menos de un dólar diario (15%) ni el de las personas que viven con menos de dos dólares al día (32%).Y lo que sí es realmente significativo es que el porcentaje de personas en estas condiciones sí era mucho mayor en la etapa política anterior. Así, el porcentaje medio de personas que vivían con menos de un dólar entre 1982 y 2000 fue del 23% (ocho puntos más que ahora) y con menos de dos dólares el 47% (quince puntos más que ahora). Lo que quiero decir es que la pobreza no surge ahora, sino que es producto de los años de neoliberalismo que Sotelo añora. Otro indicativo indirecto de pobreza es el ingreso per capita y resulta que, a pesar del referido sabotaje, tampoco ha bajado en Venezuela, al menos, según los datos de la CEPAL. Además, la CEPAL indica que, aunque levemente, también ha mejorado la distribución del ingreso en Venezuela. Desde luego, se trata de una mejora en la distribución muy leve, demasiado escasa como para que las clases adineradas se quejen de ella, pero al menos lo suficientemente significativa para que las más pobres comprueben que se avanza hacia una menor desigualdad, como propugna el presidente Chávez.
Lo que conviene saber además, es que para salir de la pobreza no hace falta solamente crecer más. Porque desgraciadamente, la economía que dejó la etapa neoliberal de Venezuela, como en otros países del mundo, es un organismo enfermo que cuando crece hace crecer también su enfermedad. Hay que cambiar las bases estructurales, y eso es algo que llevará mucho tiempo. El problema de la pobreza es que crea empobrecimiento, un círculo fatídico que no se resuelve solamente proporcionando más ingreso monetario a los pobres. Hay que educarlos, darles salud, ubicarlos socialmente, incluirlos donde fueron expulsados nada más nacer: en las relaciones sociales, en la cultura, en la socialización compartida, en la participación política. Las políticas neoliberales dejaron fuera de la vida social, económica y política a las gran mayoría de la población y ahora sus defensores piden que quienes van en otra dirección resuelvan en unos pocos años la miseria gigantesca que crearon a lo largo de decenios. Sería risible si no fuera por lo dramático que es. Los que se callan ante un país gigante como Estados Unidos que crea un 12% de pobreza anual, gritan como energúmenos ante un país que ellos empobrecieron y que ahora trata de avanzar por un camino diferente. El presidente Chávez ha dicho muchas veces que los problemas económicos venezolanos no se pueden resolver en pocos años. Y ha señalado lo largo que será el camino para combatir la pobreza en lo que ésta tiene de insatisfacción material pero también de exclusión y de carencia espiritual y humana. Pero afirma con razón que para salir de ella hay que dar un paso previo: dar el poder a los pobres. No es la condición suficiente pero es absolutamente necesaria. Eso es lo que ha hecho y eso es lo que ha producido la perturbación psicológica que parece afectar a tantos opositores a Chávez. Quienes no quieren reconocer que las políticas neoliberales que campearon en décadas anteriores son las que han generado esa legión de pobres no tienen más remedio que echarle la culpa a Chávez. Pero no se dan cuenta que los tiempos han cambiado. La prueba es que los pobres, aunque sepan que seguirán siéndolo mucho tiempo –porque fue mucho lo que les robaron- ya se empiezan a sentir ricos, solamente, porque alguien en el antaño lejano Palacio de Miraflores ahora les presta su voz, porque les llevan médicos a sus barrios, porque les empiezan a curar sus dientes para que puedan sonreír sin vergüenza, porque les enseñan a leer, porque comienzan a darles viviendas, o simplemente agua; algo tan sencillo como eso. Los ricos ven más pobres y los pobres se sienten más ricos aunque no lo sean en términos de dinero, porque son más personas, más ciudadanos, más democráticamente poderosos. Eso es todo. Por eso están con el presidente Chávez. La oposición venezolana que vivió de espaldas a su propia sociedad no lo entiende, como no lo entiende Gerardo Sotelo, pero en realidad es bastante fácil de entender: lo que sucede es que los pobres son eso, pobres, pero no tontos.
Martes, 18 de Abril de 2006

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